Guía de trabajo en Clases
Objetivo: analizar el papel que juegan los
sentimientos en la moral
Indicaciones: leer el texto Libertad y
Resentimiento de Strawson, y responder las pregunta que le siguen.
P. F. Strawson. Libertad y Resentimiento
(1962).
Consideremos,
entonces, ocasiones de resentimiento: situaciones en las que una persona es
ofendida o herida por la acción de otra y en las que, en ausencia de
consideraciones especiales, puede esperarse de forma natural o normal que la
persona ofendida sienta resentimiento. A continuación, consideremos qué géneros
de consideraciones especiales cabría esperar bien que modificaran o aplacaran
este sentimiento bien que lo eliminaran. No hace falta decir cuán diversas son
estas consideraciones. Pero, para lo que persigo, creo que a grandes rasgos se
las puede dividir en dos clases. Al primer grupo pertenecen todas aquellas que
podrían dar lugar al empleo de expresiones como “No pretendía”, “No se había
dado cuenta”, “No sabía”; y asimismo todas aquellas que podrían dar lugar al
uso de la frase “No pudo evitarlo”, cuando éste se ve respaldado por frases
como “Fue empujado”, “Tenía que hacerlo”, “Era la única forma”, “No le dejaron
alternativa”, etc. Obviamente, estas diversas disculpas y los tipos de
situaciones en que resultarían apropiadas difieren entre sí de formas chocantes
e importantes. Pero para mi presente propósito tienen en común algo todavía mas
importante. Ninguna de ellas invita a que suspendamos nuestras actitudes
reactivas hacia el agente, ni en el momento de su acción, ni en general. No
invitan en absoluto a considerar al agente alguien respecto del cual resultan
inapropiadas estas actitudes. Invitan a considerar la ofensa como algo ante lo
cual una de estas actitudes en particular resultaría inapropiada. No invitan a
que veamos al agente más que como agente plenamente responsable. Invitan a que
veamos la ofensa como cosa de la cual él no era plenamente, o ni siquiera en
absoluto, responsable. No sugieren que el agente sea en forma alguna un objeto
inapropiado de esa clase de demanda de buena voluntad o respeto que se refleja
en nuestras actitudes reactivas. En lugar de ello, sugieren que el hecho de la
ofensa no era incompatible en este caso con la satisfacción de la demanda; que
el hecho de la ofensa era de todo punto consistente con que la actitud e
intenciones fuesen precisamente las que habían de ser. Simplemente, el agente
ignoraba el daño que estaba causando, o había perdido el equilibrio por haber
sido empujado o, contra su voluntad, tenía que causar la ofensa por razones de
fuerza mayor. El ofrecimiento por el agente de excusas semejantes y su
aceptación por el afectado es algo que en modo alguno se opone a, o que queda
fuera del contexto de las relaciones interpersonales ordinarias o de las manifestaciones
de las actitudes reactivas habituales. Puesto que las cosas a veces se tuercen
y las situaciones se complican, es un elemento esencial e integral de las
transacciones que son la vida misma de estas relaciones.
El segundo grupo de
consideraciones es muy diferente. Las dividiré en dos subgrupos de los que el
primero es bastante menos importante que el segundo. En relación con el primer
subgrupo podemos pensar en enunciados como “No era él mismo”, “Últimamente se
ha encontrado bajo una gran presión”, “Actuaba bajo sugestión posthipnótica”.
En relación con el segundo, podemos pensar en “Sólo es un niño”, “Es un
esquizofrénico sin solución”, “Su mente ha sido sistemáticamente pervertida”,
“Eso es un comportamiento puramente compulsivo de su parte”. Tales excusas, a
diferencia de las del primer grupo general, invitan a suspender nuestras
actitudes reactivas habituales hacia el agente, bien en el momento de su
acción, bien siempre. Invitan a ver al agente mismo a una luz diferente de
aquella a la que normalmente veríamos a quien ha actuado como él lo ha hecho.
No me detendré en el primer subgrupo de casos. Aunque quizá susciten, a corto
plazo, preguntas análogas a las que origine, a la larga, el segundo subgrupo,
podemos dejarlas a un lado limitándonos tan sólo a la sugerente frase: “No era
él mismo”-, y haciéndolo con la seriedad que, pese a su comicidad lógica,
merece. No sentiremos resentimiento hacia la persona que es por la acción hecha
por la persona que no es; o en todo caso sentiremos menos. Usualmente habremos
de tratar con esa persona en circunstancias de tensión normal; por ello, cuando
se comporta como lo hace en circunstancias de tensión anormal, no sentiremos lo
mismo que habríamos sentido si hubiera actuado así en circunstancias de tensión
normal.
El segundo y más
importante subgrupo de casos permite que las circunstancias sean normales, pero
nos presenta a un agente psicológicamente anormal o moralmente inmaduro. El
agente era él mismo, pero se halla deformado o trastornado, era un neurótico o
simplemente un niño. Cuando vemos a alguien a una luz así, todas nuestras
actitudes reactivas tienden a modificarse profundamente. Aquí he de moverme con
dicotomías toscas e ignorar las siempre interesantes e iluminadoras variedades
de cada caso. Lo que deseo comparar es la actitud (o gama de actitudes) de
involucrarse en, o participar de, una relación humana, de una parte, con lo que
podría denominarse la actitud (o gama) objetiva de actitudes hacia un ser
humano diferente, de otra. Incluso en una misma situación, he de añadir,
ninguna de ellas excluye las restantes; pero son, en un sentido profundo,
opuestas entre sí.
La adopción de la
actitud objetiva hacia otro ser humano consiste en verle, quizás, como un
objeto de táctica social, como sujeto de lo que, en un sentido muy amplio,
cabría llamar tratamiento; como algo que ciertamente hay que tener en cuenta,
quizás tomando medidas preventivas; como alguien a quien haya quizá que evitar.
Si bien esta perífrasis no es característica de los casos de actitud objetiva,
la actitud objetiva puede hallarse emocionalmente matizada de múltiples formas,
pero no de todas: puede incluir repulsión o miedo, piedad o incluso amor,
aunque no todas las clases de amor. Sin embargo, no puede incluir la gama de
actitudes y sentimientos reactivos que son propias del compromiso y la
participación en relaciones humanas interpersonales con otros: no puede incluir
el resentimiento, la gratitud, el perdón, la ira o el género de amor que dos
adultos sienten a veces el uno por el otro. Si la actitud de usted hacia
alguien es totalmente objetiva entonces, aunque pueda pugnar con él, no se
tratará de una riña, y aunque le hable e incluso sean partes opuestas en una
negociación, no razonará con él. A lo sumo, fingirá que está riñendo o razonando.
Por lo tanto, ver a
alguien como un ser deformado o trastornado o compulsivo en su comportamiento,
o como peculiarmente desgraciado en las circunstancias en que se formó, es
tender en alguna medida a situarle al margen de las actitudes reactivas de
participación normal por parte de quien así le ve y, al menos en el mundo
civilizado, a promover actitudes objetivas. Pero hay algo curioso que añadir a
lo dicho. La actitud objetiva no es sólo algo en lo que naturalmente tendamos a
caer en casos así, en donde las actitudes participativas se encuentran parcial
o totalmente inhibidas por anormalidades o por falta de madurez. Es algo de lo
que se dispone también como recurso en otros casos. Miramos con un ojo objetivo
el comportamiento compulsivo del neurótico o la aburrida conducta de un niño
pequeño, pensando en él como si fuese un tratamiento o un entrenamiento. Pero a
veces podemos ver la conducta del sujeto normal y maduro con algo que difiere
muy poco de ese mismo ojo. Tenemos este recurso y a veces lo empleamos: como
refugio ante, digamos, las tensiones del compromiso, como ayuda táctica o
simplemente por curiosidad intelectual. Siendo humanos, en una situación normal
no podemos adoptar tal actitud por mucho tiempo o del todo. Si las tensiones
del compromiso, por ejemplo, continúan siendo demasiado grandes, entonces hemos
de hacer algo más: suspender la relación, por ejemplo. Pero lo que es
interesante por encima de todo es la tensión que existe en nosotros entre la
actitud participativa y la actitud objetiva. Se siente tentado uno a decir que
entre nuestra humanidad y nuestra inteligencia. Pero decir esto sería
desvirtuar ambas nociones.
Lo que he denominado
actitudes reactivas de participación son esencialmente reacciones humanas
naturales ante la buena o la mala voluntad o ante la indiferencia de los demás,
conforme se ponen de manifiesto en sus actitudes y reacciones. La pregunta que
hemos de hacernos es: ¿Qué efecto tendría, o habría de tener, sobre estas
actitudes reactivas la aceptación de la verdad de una tesis general del
determinismo? Más específicamente, ¿conduciría, o tendría que conducir, la
aceptación de la verdad de la tesis al debilitamiento o al rechazo de tales
actitudes? ¿Significaría, o tendría que significar, el fin de la gratitud, el
resentimiento y el perdón, de todos los amores adultos recíprocos, de todos los
antagonismos esencialmente personales?
Preguntas:
¿Quien fue J. F. Strawson?
¿Son
inmorales las acciones que constituyen una ofensa?
¿Pueden
calificarse de inmorales los actos involuntarios que dañan a otros?
¿Exime
de responsabilidad al agente el que uno de sus actos sea involuntario?
¿Puede
excusarse a un agente de un acto inmoral en mérito a sus características
personales?
¿Tienen
responsabilidad moral los niños o personas afectadas por una enfermedad
psíquica?
¿En qué
consiste, según Strawson, la “actitud objetiva” hacia otro ser humano?
¿Acepta
usted el análisis de Strawson?